viernes, 21 de octubre de 2011

Relaciones conflictivas

Cada institución, sea ésta de gobierno, civil, social, pública o privada de salud, policial, educativa etc., es poseedora de una buena cantidad de reglas propias, particulares. Leyes o reglas institucionales basadas en un acuerdo claro, establecido desde el comienzo y tácito, implícito al mismo tiempo, al menos en lo que compete a los sujetos que integran tal organización humana.  Difícilmente podrá ser parte de ella aquel, que impertinente, desafíe el orden reglamentado.

Ejemplo, un hospital: en este lugar el director, los médicos de diferentes especializaciones, las enfermeras y hasta los pacientes están condicionados a la ubicación correspondiente dependiendo del rol o función en el que se desempeñen. Nunca una enfermera va a poder sustituir la decisión del director de convocar a un comité de ética para juzgar a un colega por mala praxis, no sería de su competencia, al igual que el director nunca, a no ser en caso de una excepción muy significativa, visitaría a un paciente para preguntarle por sus dolencias, tampoco es de su competencia.

En fin, una gran cantidad de reglas claras, explicitadas e implícitas al mismo  tiempo. Si lo vemos desde el lugar del paciente, todos lo sabemos, no necesitamos que nos recuerden cuales son las cosas que podemos hacer y cuales son la que no podemos hacer. Desde que usted entra a un hospital cualquiera, ya sea a sacarse una muela o amputarse una pierna consumida por la gangrena y ve ese cartel con una enfermera con cara de culo indicándole que haga silencio ya no necesita más instrucciones. Ni que hablar luego de tratar con la soberbia de alguna otra enfermera mal atendida (otra cara de culo pero real) o de algún medico sabelotodo que cree que lo que te pasa es una pelotudes y que se la agarra con vos porque sabe que en su consultorio privado gana más dinero. Está claro que son éstas las reglas que mantienen de pie a la institución y con ello a la organización humana involucrada. Es un estado rígido donde el cuestionamiento es impedido y en todo caso, castigado.

Análisis similares son aplicables a cualquier institución-organización, por supuesto siempre teniendo en cuenta sus riquísimas particularidades; cambian los personajes (en vez de una enfermera mal atendida te encontras con alguna maestra mal atendida, si es el caso de una institución educativa) pero no cambial los roles, las funciones.

Ahora bien, problema comienza cuando por alguna razón  un agente externo se introduce dentro ese sistema de reglas y significaciones institucionales y sociales. Supongamos, volviendo al ejemplo, que al hospital es enviado un joven y apuesto corresponsal de prensa, un agente externo, patógeno, sin duda alguna y al cual las leyes reinantes no le causan mayor efecto.

Es alguien que viene dispuesto a causar el mayor de los males: viene a preguntar y en el mejor de los caso ¡a re-preguntar! Vine, en definitiva, a cuestionar. Para este “cuerpo extraño” no hay cura ni médico, ni siquiera las secretarias del director usadas como antibióticos, como las principales defensas ante la epidemia dan buen resultado. Y cuestionar es una enfermedad cancerígena para este sistema tan restrictivo como necesario y sustentado en el “no preguntes”. Claro, el periodista, sin importar las pocas luces que éste tenga, no sufre las consecuencias que podría llegar a sufrir un médico, una enfermera, ni siquiera un paciente! en caso de “salirse de su lugar”, es que este hijo de puta no tiene un lugar determinado, no se lo puede sermonear ni castigar ni echar.

El conflicto sucedido en las últimas horas y que tuvo como protagonistas principales al directivo del Hospital Centenario al cuerpo médico que atendió al joven accidentado este fin de semana pasado, y claro, al periodismo no es más que una anécdota, una página más en la historia de la pésima relación entre los medios y las instituciones pero también y tal vez más importante, “la gente”, el pueblo que siempre quiere saber. Ah! el ejemplo es muy mal intencionado, perdón.

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