miércoles, 9 de noviembre de 2011

Pelufo

Edad, indeterminada pero que es el mas viejo de la casa seguro. Flaco, de altura media, desgarbado. Desprolijo, revoltoso, creo que solo una vez se bañó. De pelo amarillento, duro y enroscado. Medio sordo, medio ciego, medio rengo. Pasaron ya sus años mozos, qué se le va hacer. No se aguantaba en la casa y se escapaba en el primer descuido. Ha de ser el mas viejo del barrio, ahora que me pongo a pensar.

Adoptado desde muy cachorro, quién sabe si por eso es que nunca fue de un solo lugar y ha sido de todos lados al mismo tiempo. Es por definición callejero aunque desde hace mucho, no lo dejan salir. Y sus fuerzas no son las de antes, tampoco, no se puede zafar para e irse a visitar alguna candidata, aunque, ganas nunca le han de faltar.

Siempre tuvo una desbordada predilección por las hembras, de cualquier tipo, tamaño y edad. Se sabe de los muchos hijos bastados, no reconocidos, que ha tenido por ahí, lo que no se sabe es el número, la cantidad. A esta altura de su vida, es padre, abuelo y hasta, debe ser, bisabuelo también. Nunca mostró culpa alguna y por acá no se habla tampoco del tema. Más allá de eso y por otro lado, se cuenta que lo han visto coquetear, sin mucho éxito, con miembros del mismo sexo. Cuando hay ganas, cada cual hace lo que quiere o lo que puede, que a veces viene a ser mas o menos lo mismo.

Se escapaba por cualquier lado, por la ventana, por en sima el tapial. Me acuerdo que en una de esas disparadas, en medio del nerviosismo, saltó para el otro lado olvidando por completo que la vecina había armado “La Pelopincho”. Volvió a entrar así como salió, pero empapado desde las pata hasta las orejas. Parecía una nutria rubia. Ahogado, aún escupía el agua que se había tragado en el zambullón inesperado  y asustado tras las puteadas de la tía Alicia, la vecina del al lado, que recién terminaba de llenar la piletita. Nunca le gustó el agua, ahora que lo pienso, esa debió ser la segunda vez que se bañó, en toda su vida. Pero que se escapaba, eso seguro. Aunque sea para estar sentado en la vereda amedrentando a todo el que pasaba en frente de él.

Es que alguna vez fue denominado, por muchos, “el dueño del barrio”; junto con un petizo retacón, que vivía a unas cuadras de casa, se dividían la calle Cervantes, imponiendo autoridad y patoteando a quien se aventurara. No había forma de hacerlo entrar. Otras veces se iba quién sabe a dónde y no volvía por días, semanas o hasta meses. Mi vieja se preocupaba mucho, dentro de todo y pese a todo siempre lo quiso,  pero el susodicho siempre que volvía,  el problema es que volvía “medio matau”. Con una oreja agujereada, con un tajo en el lomo, rengo de una pata, con un ojo lastimado, chorreando sangre que daba miedo. Con una pata en la tumba, pero siempre volvía. Al tiempo solito se curaba.

El problema es que se peleaba  con quien le hiciera frente y siempre que lo ameritaba la situación, la mayoría de las veces, por alguna señorita en disputa. Y, la verdad, se la bancaba. No importaba si el oponente lo superaba en tamaño por una o dos cabezas, él se hacía respetar igual. Hoy no puede ni con su esqueleto; no ve mucho a través de sus cataratas; dientes, le quedan pocos y su aliento es de terror. Siempre despeinado, sucio y con mal olor. Es todo un mérito suyo no fijarse en la apariencia, nunca se acomplejó. Y yo lo aplaudo por eso. Después, trabajar, nunca trabajó. Tampoco jugó con alguien alguna vez, por arisco y desconfiado, seguramente. Era tan callejero que la casa jamás le importó. De guardián no tiene nada, es más bien miedoso y bastante llorón. A eso hay que sumarle que se la pasa durmiendo, unas cuatro horas a la sombra, cuatro más al sol y más todas las horas de la noche, donde no despega un ojo por ninguna razón.

Es persistente como pocos, lo que se dice un hincha pelotas de primera. Siempre consigue lo que quiere, sea de una forma o de otra. El muy delicado, tras de pobre, no come a no ser que sea con carne. Una vez lo vieron mendigar restos de comida detrás de un restorán, eran sobras pero de qué calidad. El muy hijo de perra se hacía el indigente para pasarla mejor y comía mejor que en la casa. A todo esto hay que agregarle: desubicado. Un tipo fuera de lugar, como la vez en que se metió a misa a olerle el culo al cura mientras éste bendecía a mi hermana por sus quince años recién cumplidos. Un experto en arruinar cada momento memorable, cada foto para el recuerdo.

Hoy viejito, insoportable, como siempre pero muy querible a la vez. Es aquel que con el paso del tiempo, y como reza ese dicho popular: “pierde el pelo pero no las mañanas”.

Quien sabe cuántas historias nos podría contar.

martes, 1 de noviembre de 2011

"La Cuchilla" desde mi ventana

En el barrio se vive la clásica calma de estas horas cuando la tarde comienza a caer y la ya tenue luz del sol apresura su ida. A lo lejos escucho el sonido de un parlante, un vehículo publicitario; no alcanzo a oír lo que dice pero su sonido armoniza con la tranquilidad de escena como un sonido de fondo casi imperceptible.

Es un paisaje terroso, las calles están rotas en cada esquina desde la última lluvia. El mejor ejemplo es la esquina de Cervantes y Belgrano, un pantano que ahora que lo pienso lleva más de un año en esa condición. El color amarronado de las calles de tierra se mescla con los árboles secos en su mayoría Sauces llorones, hoy más tristes que nunca a causa del invierno y las intensas heladas de los últimos días. El cielo es el único contraste manchado borrosas de nubes blancas estáticas.

Dos loros pasan dando graznidos por en sima de mi cabeza. Miro al final de la calle Cervantes, hasta donde la visión de mis ojos me lo permite. La última figura que se percibe es un árbol recortado del azul del cielo, desde aquí no me es imposible precisar su altura pero sin dudas que ha de ser enorme de otra forma no podría resaltar de esa manera allí a lo lejos. Recuerdo que cuando niño más de una vez fantaseé con la posibilidad de “explorar” junto con mi mejor amigo por esos tiempos la distancia que me separaba desde mi casa hasta aquel árbol gigante que hoy vuelvo a ver tan distante. A unas cuadras en esa misma dirección veo la torpe maniobra de un auto subiendo y bajando por las calles destruidas del barrio. Me acuerdo de que hoy estuvo de visita el gobernador por la ciudad y a unas pocas cuadras de mi casa, claro que sólo se animó a visitar la obra de entubación de la J.J. Franco, a unas cinco cuadras de la Cervantes, me rio solo.

Ahora miro a mi derecha, me vuelvo a lamentar por el pantano que veo en la esquina,  una cuadra más allá por calle san José, la única pavimentada el transito se agita por momentos, un motociclista sin casco pasa volando. Y pasando la San José a poco más de media cuadra la Cervantes finaliza con una palmera en medio puesta ahí desde quién sabe cuándo, seguramente ha nacido con el barrio y esta desde mucho antes de dividir las calles. Finalmente, el horizonte no puedo ver el sol ocultarse desde mi ventana, no en esta época del año, allí el cielo luce un naranja pálido, poco romántico y un tanto aburrido.

 Pasando el charco, entre Belgrano y San José unos niños salen corriendo de su casa y se paran en medio d la calle. Uno tiene una escoba en sus manos y comienza a girar sobre su propio eje, otro hace lo mismo pero con una pala de albañil que seguro le prestó su padre sin que éste lo supiera el tercero, el más pequeño de los tres sin nada en sus manos también gira. ¡Ahora recuerdo que están en vacaciones! Con razón no dejan dormir a la siesta jugando a la murga o a la pelota.

Los chicos callejean de un lado al otro, se parecen a los perros del barrio aunque, claro los perros son más tranquilos. Todos mestizos, hay uno negro tirado cómodamente en al lado de los chicos, los mira extrañado como no entendiendo que hacen. En la otra esquina otro perro, marrón casi atigrado cruza la calle a paso tranquilo. Veo otro más un necro retacón con cara de malo custodia la entrada de su casa. Son parte insustituible del paisaje, algunos parecen ser los dueños del barrio tal cual líderes narcos manejando las acciones de todos.

El cielo está más oscuro ahora, pasan volando otros dos loros por mi cabeza, no sé si serán los mismos loros de hoy ¿o serán dos loros nuevos?  Y por arriba de todo, los cables de tendido eléctrico, cables de teléfono, cables de la tele, cables, cables, cables. Se repiten las figuras de los postes, la mayoría postes de madera cruzados en lo alto por pequeños tirantes que sostienen el cableado dan la impresión de ser cruces gigantes remarcadas en el cielo. La visión me transporta a un cementerio descuidado y lúgubre. Me gusta.

Ahora los chicos que jugaban con escobas viejas y palas de albañil andan e bicicleta. Las dos bicicletas muy altas para sus pequeñas estaturas pero se las arreglan sin problema. Uno de ellos lleva al más pequeño de los hermanos en el porta cargas. “Tatin” cruza por la otra esquina, como es habitual lleva su bastón debajo del brazo. Viste un saco color marrón evidentemente muy viejo y pantalones oscuros arrugados y sus zapatos gastados de tanto uso. También lleva puesto un sombrero de paja muy parecido a los que usan los exploradores que salen en el National Geographic. Al verme me saluda tocando con sus dedos el borde de su sombrero y sin tiempo a que yo le devuelva el gesto baja la cabeza y continúa murmurando algo indescifrable en una conversación con alguien que sólo él puede ver.

Vuelvo la mirada para la casa de los vecinos de enfrente, algo que se mueve entre la basura cerca de la silla de tres patas llama mi atención. Es el perro de la casa que recién ahora me doy cuenta ha estado todo este tiempo durmiendo perdido entre la chatarra, levanta la cabeza, bosteza abriendo sus fauces y vuelve a dejar caer sus cabeza pesadamente. A mí ya me está dando frio, el sol se fue, yo también. Cierro la ventana.