Adoptado desde muy cachorro, quién sabe si por eso es que nunca fue de un solo lugar y ha sido de todos lados al mismo tiempo. Es por definición callejero aunque desde hace mucho, no lo dejan salir. Y sus fuerzas no son las de antes, tampoco, no se puede zafar para e irse a visitar alguna candidata, aunque, ganas nunca le han de faltar.
Siempre tuvo una desbordada predilección por las hembras, de cualquier tipo, tamaño y edad. Se sabe de los muchos hijos bastados, no reconocidos, que ha tenido por ahí, lo que no se sabe es el número, la cantidad. A esta altura de su vida, es padre, abuelo y hasta, debe ser, bisabuelo también. Nunca mostró culpa alguna y por acá no se habla tampoco del tema. Más allá de eso y por otro lado, se cuenta que lo han visto coquetear, sin mucho éxito, con miembros del mismo sexo. Cuando hay ganas, cada cual hace lo que quiere o lo que puede, que a veces viene a ser mas o menos lo mismo.
Se escapaba por cualquier lado, por la ventana, por en sima el tapial. Me acuerdo que en una de esas disparadas, en medio del nerviosismo, saltó para el otro lado olvidando por completo que la vecina había armado “La Pelopincho”. Volvió a entrar así como salió, pero empapado desde las pata hasta las orejas. Parecía una nutria rubia. Ahogado, aún escupía el agua que se había tragado en el zambullón inesperado y asustado tras las puteadas de la tía Alicia, la vecina del al lado, que recién terminaba de llenar la piletita. Nunca le gustó el agua, ahora que lo pienso, esa debió ser la segunda vez que se bañó, en toda su vida. Pero que se escapaba, eso seguro. Aunque sea para estar sentado en la vereda amedrentando a todo el que pasaba en frente de él.
Es que alguna vez fue denominado, por muchos, “el dueño del barrio”; junto con un petizo retacón, que vivía a unas cuadras de casa, se dividían la calle Cervantes, imponiendo autoridad y patoteando a quien se aventurara. No había forma de hacerlo entrar. Otras veces se iba quién sabe a dónde y no volvía por días, semanas o hasta meses. Mi vieja se preocupaba mucho, dentro de todo y pese a todo siempre lo quiso, pero el susodicho siempre que volvía, el problema es que volvía “medio matau”. Con una oreja agujereada, con un tajo en el lomo, rengo de una pata, con un ojo lastimado, chorreando sangre que daba miedo. Con una pata en la tumba, pero siempre volvía. Al tiempo solito se curaba.
El problema es que se peleaba con quien le hiciera frente y siempre que lo ameritaba la situación, la mayoría de las veces, por alguna señorita en disputa. Y, la verdad, se la bancaba. No importaba si el oponente lo superaba en tamaño por una o dos cabezas, él se hacía respetar igual. Hoy no puede ni con su esqueleto; no ve mucho a través de sus cataratas; dientes, le quedan pocos y su aliento es de terror. Siempre despeinado, sucio y con mal olor. Es todo un mérito suyo no fijarse en la apariencia, nunca se acomplejó. Y yo lo aplaudo por eso. Después, trabajar, nunca trabajó. Tampoco jugó con alguien alguna vez, por arisco y desconfiado, seguramente. Era tan callejero que la casa jamás le importó. De guardián no tiene nada, es más bien miedoso y bastante llorón. A eso hay que sumarle que se la pasa durmiendo, unas cuatro horas a la sombra, cuatro más al sol y más todas las horas de la noche, donde no despega un ojo por ninguna razón.
Es persistente como pocos, lo que se dice un hincha pelotas de primera. Siempre consigue lo que quiere, sea de una forma o de otra. El muy delicado, tras de pobre, no come a no ser que sea con carne. Una vez lo vieron mendigar restos de comida detrás de un restorán, eran sobras pero de qué calidad. El muy hijo de perra se hacía el indigente para pasarla mejor y comía mejor que en la casa. A todo esto hay que agregarle: desubicado. Un tipo fuera de lugar, como la vez en que se metió a misa a olerle el culo al cura mientras éste bendecía a mi hermana por sus quince años recién cumplidos. Un experto en arruinar cada momento memorable, cada foto para el recuerdo.
Hoy viejito, insoportable, como siempre pero muy querible a la vez. Es aquel que con el paso del tiempo, y como reza ese dicho popular: “pierde el pelo pero no las mañanas”.
Quien sabe cuántas historias nos podría contar.